La
cercanía del Jubileo extraordinario de la Misericordia me permite centrar la
atención en algunos puntos sobre los que considero importante intervenir para
facilitar que la celebración del Año Santo sea un auténtico momento de
encuentro con la misericordia de Dios para todos los creyentes. Es mi deseo, en
efecto, que el Jubileo sea experiencia viva de la cercanía del Padre, como si
se quisiese tocar con la mano su ternura, para que se fortalezca la fe de cada
creyente y, así, el testimonio sea cada vez más eficaz.
Mi
pensamiento se dirige, en primer lugar, a todos los fieles que en cada
diócesis, o como peregrinos en Roma, vivirán la gracia del Jubileo. Deseo que
la indulgencia jubilar llegue a cada uno como genuina experiencia de la
misericordia de Dios, la cual va al encuentro de todos con el rostro del Padre
que acoge y perdona, olvidando completamente el pecado cometido. Para vivir y
obtener la indulgencia los fieles están llamados a realizar una breve
peregrinación hacia la Puerta Santa, abierta en cada catedral o en las iglesias
establecidas por el obispo diocesano y en las cuatro basílicas papales en Roma,
como signo del deseo profundo de auténtica conversión. Igualmente dispongo que
se pueda ganar la indulgencia en los santuarios donde se abra la Puerta de la
Misericordia y en las iglesias que tradicionalmente se identifican como
Jubilares. Es importante que este momento esté unido, ante todo, al Sacramento
de la Reconciliación y a la celebración de la santa Eucaristía con un reflexión
sobre la misericordia. Será necesario acompañar estas celebraciones con la
profesión de fe y con la oración por mí y por las intenciones que llevo en el
corazón para el bien de la Iglesia y de todo
el mundo.
Pienso,
además, en quienes por diversos motivos se verán imposibilitados de llegar a la
Puerta Santa, en primer lugar los enfermos y las personas ancianas y solas, a
menudo en condiciones de no poder salir de casa. Para ellos será de gran ayuda
vivir la enfermedad y el sufrimiento como experiencia de cercanía al Señor que
en el misterio de su pasión, muerte y resurrección indica la vía maestra para
dar sentido al dolor y a la soledad. Vivir con fe y gozosa esperanza este
momento de prueba, recibiendo la comunión o participando en la santa misa y en la
oración comunitaria, también a través de los diversos medios de comunicación,
será para ellos el modo de obtener la indulgencia jubilar. Mi pensamiento se
dirige también a los presos, que experimentan la limitación de su libertad. El
Jubileo siempre ha sido la ocasión de una gran amnistía, destinada a hacer
partícipes a muchas personas que, incluso mereciendo una pena, sin embargo han
tomado conciencia de la injusticia cometida y desean sinceramente integrarse de
nuevo en la sociedad dando su contribución honesta. Que a todos ellos llegue
realmente la misericordia del Padre que quiere estar cerca de quien más
necesita de su perdón. En las capillas de las cárceles podrán ganar la
indulgencia, y cada vez que atraviesen la puerta de su celda, dirigiendo su
pensamiento y la oración al Padre, pueda este gesto ser para ellos el paso de
la Puerta Santa, porque la misericordia de Dios, capaz de convertir los
corazones, es también capaz de convertir las rejas en experiencia de libertad.
He
pedido que la Iglesia redescubra en este tiempo jubilar la riqueza contenida en
las obras de misericordia corporales y espirituales. La experiencia de la
misericordia, en efecto, se hace visible en el testimonio de signos concretos
como Jesús mismo nos enseñó. Cada vez que un fiel viva personalmente una o más
de estas obras obtendrá ciertamente la indulgencia jubilar. De aquí el
compromiso a vivir de la misericordia para obtener la gracia del perdón
completo y total por el poder del amor del Padre que no excluye a nadie. Será,
por lo tanto, una indulgencia jubilar plena, fruto del acontecimiento mismo que
se celebra y se vive con fe, esperanza y caridad.
La
indulgencia jubilar, por último, se puede ganar también para los difuntos. A
ellos estamos unidos por el testimonio de fe y caridad que nos dejaron. De
igual modo que los recordamos en la celebración eucarística, también podemos,
en el gran misterio de la comunión de los santos, rezar por ellos para que el
rostro misericordioso del Padre los libere de todo residuo de culpa y pueda
abrazarlos en la bienaventuranza que no tiene fin.
Uno
de los graves problemas de nuestro tiempo es, ciertamente, la modificación de
la relación con la vida. Una
mentalidad muy generalizada que ya ha provocado una pérdida de la debida
sensibilidad personal y social hacia la acogida de una nueva vida. Algunos
viven el drama del aborto con una consciencia superficial, casi sin darse
cuenta del gravísimo mal que comporta un acto de ese tipo. Muchos otros, en
cambio, incluso viviendo ese momento como una derrota, consideran no tener otro
camino por donde ir. Pienso, de forma especial, en todas las mujeres que han
recurrido al aborto. Conozco bien los condicionamientos que las condujeron a
esa decisión. Sé que es un drama existencial y moral. He encontrado a
muchas mujeres que llevaban en su corazón una cicatriz por esa elección sufrida
y dolorosa. Lo sucedido es profundamente injusto; sin embargo, sólo el hecho de
comprenderlo en su verdad puede consentir no perder la esperanza. El perdón de
Dios no se puede negar a todo el que se haya arrepentido, sobre todo cuando con
corazón sincero se acerca al Sacramento de la Confesión para obtener la
reconciliación con el Padre. También por este motivo he decidido conceder a
todos los sacerdotes para el Año jubilar, no obstante cualquier cuestión
contraria, la facultad de absolver del pecado del aborto a quienes lo han practicado
y arrepentidos de corazón piden por ello perdón. Los sacerdotes se deben
preparar para esta gran tarea sabiendo conjugar palabras de genuina acogida con
una reflexión que ayude a comprender el pecado cometido, e indicar un
itinerario de conversión verdadera para llegar a acoger el auténtico y generoso
perdón del Padre que todo lo renueva con su presencia.
Una
última consideración se dirige a los fieles que por diversos motivos frecuentan
las iglesias donde celebran los sacerdotes de la Fraternidad de San Pío X. Este
Año jubilar de la Misericordia no excluye a nadie. Desde diversos lugares,
algunos hermanos obispos me han hablado de su buena fe y práctica sacramental,
unida, sin embargo, a la dificultad de vivir una condición pastoralmente difícil.
Confío que en el futuro próximo se puedan encontrar soluciones para recuperar
la plena comunión con los sacerdotes y los superiores de la Fraternidad. Al
mismo tiempo, movido por la exigencia de corresponder al bien de estos fieles,
por una disposición mía establezco que quienes durante el Año Santo de la
Misericordia se acerquen a los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X para
celebrar el Sacramento de la Reconciliación, recibirán válida y lícitamente la
absolución de sus pecados.
Confiando
en la intercesión de la Madre de la Misericordia, encomiendo a su protección la
preparación de este Jubileo extraordinario.
Vaticano, 1 de septiembre de 2015.
FRANCISCUS